Nos vamos a referir, específicamente, a la
planificación de una travesía. En los números anteriores ya hemos desarrollado
las cuestiones básicas: qué tipo de bicicleta, qué componentes, qué llevar,
cómo cargar la bicicleta, las herramientas necesarias y algunos otros detalles.
Teniendo entonces resueltas esas cuestiones básicas, nos encontramos con el
viaje en puerta.
Cómo planificar
Es bastante común escuchar de la gente que no
tiene experiencia viajera preguntas o afirmaciones basadas en un supuesto,
entre romántico y despreciativo, según como se lo mire, acerca de cómo
emprendimos o emprenderíamos un viaje. Hay una idea de que uno se sube a la
bici y va “adónde lo lleve el camino”. O duerme “donde lo agarre la
noche”. En realidad, al cicloviajero que
le pasa eso es porque planificó pésimamente el viaje o no tenía la menor idea
de lo que estaba haciendo. Lo básico, en el medio de locomoción que sea, es
tener una idea de adónde va a ir. Se puede no saber cómo se va a desarrollar el
viaje, lo cual es un componente básico de cualquier aventura, pero nadie sale a
la ruta sin saber adónde se dirige. Por supuesto, el proyecto original se puede
transformar, incluso cambiar totalmente en el curso de su realización, pero el
partir a “que pase lo que sea” no es la mejor forma de empezar. Y seguramente
tampoco de terminar. En general, por experiencia de conocer viajeros, los
viajes sin fin terminan antes de lo previsto.
El cicloviajero tiene que planificar su
recorrido. Sabe en primer lugar, qué zona quiere recorrer. Hay un punto de
partida y, generalmente, un punto de llegada. Todo se puede modificar según las
circunstancias, pero la posibilidad de cambiar sobre la marcha es una de las
condiciones para planificar. Hay una planificación gruesa (la zona a recorrer,
el tiempo que se va emplear, el tipo de climas y topografía que se va a
atravesar, los recursos con que se cuenta, si se lleva equipo para acampar o
no, etc.) y una fina, día por día, donde se tiene en cuenta los detalles y que
necesariamente hay que ir modificando de acuerdo a las circunstancias del
camino.
Lo primero que hay que tener en cuenta es qué
tipo de viaje se quiere hacer. Es decir, a qué zona o región, cuántos
kilómetros y cuanto tiempo, con qué intensidad, cuanta carga se lleva. Sin eso
no hay viaje. No es lo mismo querer hacer los Siete Lagos que la ruta 40. Una
vez decidido esto, hay que ver las condiciones generales, lo que incluye el
tipo de clima, los caminos, las condiciones geográficas (montaña, llano, selva,
desierto) y lo que podríamos llamar la
intensidad del viaje.
¿A qué nos referimos con esto último? Retomando
el ejemplo del camino de los Siete Lagos, se puede decidir hacerlo a intensidad
máxima (puede ser una etapa o dos a pura velocidad, pedaleando a tope) o
tomarse quince días parando en todas y descansando tres días en cada lugar
turístico. Es decir, se trata de una relación entre el tiempo que vamos a
emplear y la distancia recorrida. Si hacemos un promedio de 30 km. por día, está claro
que elegimos hacer un viaje muy descansado, aunque hay regiones donde hacer 30 km. puede resultar un
esfuerzo enorme. Si planificamos etapas de 150 diarios, estamos haciendo una
suerte de Tour de France viajero (y teniendo en cuenta que en la competición
nadie lleva 20 o 30 kg.
de peso sobre la bici, lo que multiplica el esfuerzo). Para poder decidir sobre
esta cuestión hay un primer factor: lo que cada uno quiere hacer. Si el viajero
quiere ir lentamente, conociendo todo lo posible, visitando los lugares en
profundidad, descansando bastante, y tiene tiempo y dinero suficiente, va a
armar necesariamente un viaje más relajado. Esto es recomendable para quienes
empiezan, especialmente si además de ser su primer viaje en bici no tienen
experiencia ciclista, no acostumbran salir a la ruta, no suelen andar con
carga, etc.
Un viajero experimentado puede hacer con
facilidad entre 80 y 120 km.
diarios, a veces más, y sostener ese ritmo durante largo tiempo. Pero la
duración de las etapas está sujeta a muchos más condicionantes que la capacidad
física o las ganas del viajero. No es lo mismo hacer 100 km. en llano, en
condiciones climatológicas buenas, sin lluvia, poco viento, buen camino, que
hacerlos en montaña, caminos estropeados, arenosos, viento en contra, lluvia o
calor de 40º. Todo esto retrasa y hace difícil cumplir estas metas. Por lo
tanto, el armado de las etapas no se puede hacer solo con un mapa rutero y una
visión optimista de la cantidad de kilómetros que somos capaces de hacer por
día. Hay que tratar de saber todo lo posible sobre la ruta: cómo es el camino,
cómo es el tráfico, cuál es el clima de esa zona en la época en que vamos a ir
(para poner casos extremos, no es lo mismo cruzar la cordillera en invierno que
en verano, o una zona tropical en temporada de lluvia o de seca) y, por
supuesto, el relieve.
El armado del recorrido
Por lo tanto, saber leer los mapas es
fundamental. Actualmente, la tecnología nos pone a nuestra disposición
herramientas que facilitan esta tarea: en Internet se puede buscar información
y mapas satelitales, con relieve y todo tipo de detalles sobre cualquier lado
del mundo. Es muy bueno poder hacer una altimetría de la ruta que vamos a hacer
(como se cae de maduro, hay que hacerla para las rutas que sabemos son
montañosas, no vale la pena hacer un relevamiento altimétrico de la pampa
húmeda).
Pero la mejor herramienta que nos da la red es
poder conocer las experiencias de otros viajeros que recorrieron las mismas
rutas que queremos pedalear. Por lo general, la información que aparece allí es
de lo más útil, pues los mapas de rutas están pensados para automovilistas,
nunca dicen donde hay agua, donde se puede acampar, ni nada sobre otras de
nuestras necesidades, como tampoco lo hacen las guías de viaje. En Laos y
Camboya seguimos los pasos de un alemán que había pasado por ahí un año antes:
los datos que conseguimos de una región apartada y que no recorre ningún turista
fueron certeros e impagables.
Conocer el clima nos permite saber qué ropa
llevar, saber la calidad de los caminos las cubiertas que tenemos que usar,
anticipar el relieve prepararnos mentalmente para sufrir una subida de 20 km. y así encontrarnos con
que no fue tan difícil, y tener una idea cierta de las distancias entre pueblos
y ciudades, estaciones de servicio y hasta casas aisladas, nos indica cómo
armar las etapas, si tenemos que pensar en acampar o no, si hay que cargar 10 litros de agua o la
podemos ir renovando por el camino.
Un párrafo aparte sobre el uso del GPS. En
general, el uso de este sistema nos da una serie de detalles muy interesantes
para almacenar pero, en general, un buen mapa da la misma información, sin
consumir energía ni sumar un gasto más o un elemento valioso más a la vista.
Por el momento, para mantener un GPS encendido una jornada de ciclismo, en la
cual es probable que no lo necesitemos nunca, usaremos toda la carga de una
batería que no siempre vamos a estar en condiciones de recargar. Salvo que
estemos en lugares realmente muy apartados, saliendo de las rutas habituales,
es suficiente con un buen mapa y, a lo sumo, una brújula.
Son infinitos los detalles que se pueden
conocer previamente y muchos de ellos nos van a ayudar a hacer más seguro y
placentero el viaje. Nada, sin embargo, nos va a evitar pedalear. Y nada de
esto debe ser tomado al pie de la letra, la mejor planificación es tener la
libertad de poder modificarla y hasta desecharla si es necesario.
Pero si algo es seguro es que el que dice que
viajó “sin rumbo” es un cuentero o un inconciente. Y “si te agarró la noche”
es porque no pudiste cumplir con tu objetivo diario, porque planificaste mal,
porque pinchaste diez veces o porque no tenías idea de dónde estabas parado.
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