CÓMO PLANIFICAR LA TRAVESÍA II

En el número anterior hablamos en líneas generales de la importancia de la planificación de la travesía. Mencionamos una planificación “gruesa”, es decir, tener en claro a qué lugar iremos, cuáles son las características geográficas y climáticas de la zona, cuántos kilómetros calculamos el recorrido y en cuánto tiempo, con qué intensidad, etc. Pero hay también lo que podríamos llamar una planificación “fina” o más detallada, que incluye información previa que vamos a recolectar y datos y decisiones que se van a tomar en el camino. Como toda viaje, hay una mezcla de preparación e improvisación, que es lo que diferencia el cicloviaje de los tours organizados, incluso los que son en bicicleta. 

Pero por más que lo inesperado sea un componente interesante de la aventura, es importante estar preparado lo mejor posible para lo que nos vamos a encontrar. La Internet, como ya dijimos en el número anterior, da muchos elementos de búsqueda de información que amplifican enormemente lo que se puede averiguar antes de viajar, desde mapas, materiales, imágenes, informes sobre lugares, alojamientos, experiencias de otros ciclistas, etc. Sin embargo, hay muchas cosas que no vamos a encontrar y que quedan libradas a la improvisación en el camino. 

Pero por más que revisemos de punta a punta la web y utilicemos elementos tecnológicos que ahora están accesibles (por ejemplo los GPS, que antes estaban restringidos al uso militar o de navegación marítima), ciertos elementos tradicionales, como un buen mapa, siguen siendo fundamentales y prácticos. El mapa en papel lo vamos a usar no sólo para el armado previo del viaje, sino, fundamentalmente, durante la travesía, donde con frecuencia no vamos a poder acceder a Internet y consultar mapas satelitales. Por eso, sigue siendo importante saber utilizar un mapa para lo que llamamos la planificación “fina” del viaje.

Cómo leer un mapa

Aunque suene raro, hay mucha gente que no está familiarizada con la lectura de mapas, especialmente los mapas complejos que incluyen mucha información que nos puede resultar importante. Surge entonces una pregunta ¿a qué llamamos un buen mapa y por qué es tan importante para el ciclista? 

En primer lugar, nosotros necesitamos un mapa a escala de ciclista y no de automovilista. Lo que en un mapa pensado para autos no tienen importancia, para los ciclistas es vital y no suele figurar en los mapas ruteros. Como primer factor importante, las distancias. Para un ciclista, no es lo mismo 10 que 50 kilómetros, por razones obvias. La precisión en las distancias es fundamental, puede decidir si nos jugamos a seguir más allá de ese pueblo donde podemos pasar la noche y tratar de llegar al siguiente, dónde nos aprovisionamos, cuanta agua cargamos, etc. Nada más feo que venir con las caramañolas vacías pensando que nos faltan 5 kilómetros para encontrar agua y que el mapa esté mal hecho o sea de escala inadecuada y nos encontramos haciendo los 5 kilómetros y lo que buscamos brilla por su ausencia, porque está mucho más lejos de lo que deja ver un mapa inexacto o de detalle insuficiente Un mapa desactualizado puede incluir pueblos o localidades que ya no existen, o no contemplar cambios en el trazado de las rutas o carreteras nuevas. Un mapa turístico muchas veces está alterado para realzar determinadas cuestiones que quieren promocionar, o incluir cosas que todavía no existen (un hotel en la ruta que no se inauguró, por ejemplo). Un mapa rutero puede ser bueno pero resolver en un par de centímetros lo que nos va a llevar dos días de viaje, sin ningún detalle que nos sea de utilidad, porque no tiene la escala suficiente. Tampoco incluyen la topografía, salvo de manera muy vaga en algunos lugares, colocando las montañas como sombras de fondo. 

Hay que tratar de conseguir el mejor mapa posible, y eso no siempre está en nuestras manos, hay lugares donde no hay mapas porque los mapas están hechos para los turistas y los turistas no van a ese lugar que elegimos, y a los automovilistas no les interesa la pendiente de la subida porque el que hace fuerza es el motor del auto y no sus piernas. 

Entonces, un buen mapa tendría que tener estas características:

  • Escala: esto representa el tamaño de lo que está representado en el mapa. Los buenos mapas dicen cuál es la escala, es decir, a cuántos kilómetros equivale un centímetro del papel, lo que está expresado numéricamente (1:2.500.000, por ejemplo, significa que 1 cm. equivale a 25 km., es el caso de un mapa de rutas de la Argentina del tipo que se vende en quioskos de diarios). Para un cicloviaje necesitamos generalmente una buena escala, donde podamos apreciar detalles sobre distancias no muy grandes. Una buena escala es 1:250.000 y muchos mejores aun 1:100.000 o menos, tamaños que corresponden a las cartas topográficas.

  • Representación de caminos: tiene que ser clara y distinguir autopistas, rutas principales y secundarias, pavimento, ripio o tierra.

  • Tamaño de poblaciones: por lo general representadas con símbolos de diferentes tamaños cuyo significado se puede ver en la tabla de referencias.
  • Accidentes del camino o topográficos: esta es información esencial, donde podemos ver ríos, montes, peajes, sitios de interés, etc.
  • Distancias; fundamental para el ciclista mucho más que para cualquier otro tipo de viajero, cuanto más segmentada esté la información mejor.
Todo esto se puede encontrar en un buen mapa de rutas, de los hechos para automóviles, si tiene la escala suficiente. En nuestro país los mejores son los del ACA, por el nivel de detalle y actualización. De estos los más completos son las cartas provinciales. 

Pero hay una información que este tipo de mapa no nos va a dar y es el relieve del terreno. Para eso necesitamos un mapa topográfico, que es aquel que tiene curvas de nivel. Las curvas de nivel son las líneas que marcan la altitud. Algunos mapas las incluyen y las diferencian con colores, correspondiendo el verde al llano o las zonas de baja altitud, y los marrones oscuros a las zonas de mayor altura. Los colores van cambiando de acuerdo a una referencia que está al costado del mapa, que indica cuantos metros de diferencia hay entre cada cambio de color. Por supuesto que si esto es cada mil metros, no nos da demasiada información útil, salvo que tengamos que subirlos enteros. Las cartas topográficas, como las que vende y publica en Internet el Instituto Geográfico Militar, tienen marcada las curvas o líneas de nivel, que representan, dependiendo del caso, 50 o 100 metros de desnivel entre cada una. La distancia entre esas líneas es lo que va a indicarnos lo abrupto de una pendiente. Si observamos la representación de una montaña, vamos a ver las curvas casi pegadas entre sí, que se van espaciando a medida que descendemos. 

Si nos tomamos el trabajo de trasladar estas curvas (que están representadas en un mapa como vistas desde arriba) hacia un corte transversal del terreno, vamos a tener la altimetría de la ruta (algo que algunos GPS pueden trazar, pero que se puede hacer a mano). Esto es útil si queremos anticipar cómo puede ser una etapa difícil de montaña, aunque por supuesto no es indispensable. Hay programas especializados de computación que hacen todo esto y hasta en tres dimensiones, pero para el cicloviajero es una herramienta que puede servir para darnos una idea de alguna etapa claramente difícil, como un cruce de la cordillera. 

Juntando estos dos tipos de mapas tenemos prácticamente toda la información necesaria. Por supuesto, hay que saber leer las referencias y orientar el mapa de acuerdo a los puntos cardinales, algo útil para usarlos en el terreno.

La planificación día por día

El mapa que vamos a llevar encima (a veces no vamos a usar uno sino varios, si atravesamos diferentes regiones y países en un viaje largo) nos va a servir no sólo para la planificación general, sino principalmente para el día a día del viajero. La planificación “fina” consiste en eso, en poder distinguir previamente las etapas día por día, decidir donde vamos a descansar o dónde nos vamos a desviar para visitar algo, y para ir cambiando esa idea previa de acuerdo a las alternativas del viaje. Si en una etapa no pudimos llegar a donde pensábamos por las razones que fuera, al día siguiente podemos optar por tratar de llegar igual a donde habíamos decidido o adaptar esa etapa al nuevo punto de partida. En cada jornada es bueno tener, y para eso es fundamental el mapa, una meta de máxima y una de mínima, prevista para el caso en que no podamos llegar a la de máxima. O varias, si hay muchas posibilidades, aunque a veces la geografía, especialmente en zonas desérticas o selváticas, solamente nos deja una posibilidad. 

Y, por supuesto, ningún mapa nos aclara si hay zonas peligrosas ni puede incluir los cambios o novedades de último momento, como una ruta cortada por un río desbordado. Para esto es indispensable estar abierto a escuchar a la gente y saber recabar datos en todos lados. Muchas veces esto no es ni siquiera un trabajo, la gente es comunicativa (por lo general) con el ciclista y si hay algo que uno deba saber (cuidado al entrar a tal ciudad, no hay agua por los próximos 50 km., pueden acampar en tal lado, etc.) nos lo van a decir. Muchas veces, las informaciones de los lugareños y un oído receptivo proporcionan más y mejores datos que el GPS más sofisticado.

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