CÓMO PLANIFICAR LA TRAVESÍA I


Se vienen los meses de verano y, con ellos, el período más propicio para las grandes travesías en bicicleta. Es, por supuesto, el momento en que la mayoría de los ciclistas se deciden a cargar las alforjas y partir a recorrer las rutas con las que estuvieron soñando, quizás, todo el año. Decidimos, por lo tanto, alterar un poco el orden de este Manual del cicloviajero para dar algunos consejos de utilidad para quienes estén pensando en devorar kilómetros en los meses que siguen. 

Nos vamos a referir, específicamente, a la planificación de una travesía. En los números anteriores ya hemos desarrollado las cuestiones básicas: qué tipo de bicicleta, qué componentes, qué llevar, cómo cargar la bicicleta, las herramientas necesarias y algunos otros detalles. Teniendo entonces resueltas esas cuestiones básicas, nos encontramos con el viaje en puerta.

Cómo planificar

Es bastante común escuchar de la gente que no tiene experiencia viajera preguntas o afirmaciones basadas en un supuesto, entre romántico y despreciativo, según como se lo mire, acerca de cómo emprendimos o emprenderíamos un viaje. Hay una idea de que uno se sube a la bici y va “adónde lo lleve el camino”. O duerme “donde lo agarre la noche”. En realidad, al cicloviajero que le pasa eso es porque planificó pésimamente el viaje o no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo. Lo básico, en el medio de locomoción que sea, es tener una idea de adónde va a ir. Se puede no saber cómo se va a desarrollar el viaje, lo cual es un componente básico de cualquier aventura, pero nadie sale a la ruta sin saber adónde se dirige. Por supuesto, el proyecto original se puede transformar, incluso cambiar totalmente en el curso de su realización, pero el partir a “que pase lo que sea” no es la mejor forma de empezar. Y seguramente tampoco de terminar. En general, por experiencia de conocer viajeros, los viajes sin fin terminan antes de lo previsto.
El cicloviajero tiene que planificar su recorrido. Sabe en primer lugar, qué zona quiere recorrer. Hay un punto de partida y, generalmente, un punto de llegada. Todo se puede modificar según las circunstancias, pero la posibilidad de cambiar sobre la marcha es una de las condiciones para planificar. Hay una planificación gruesa (la zona a recorrer, el tiempo que se va emplear, el tipo de climas y topografía que se va a atravesar, los recursos con que se cuenta, si se lleva equipo para acampar o no, etc.) y una fina, día por día, donde se tiene en cuenta los detalles y que necesariamente hay que ir modificando de acuerdo a las circunstancias del camino. 

Lo primero que hay que tener en cuenta es qué tipo de viaje se quiere hacer. Es decir, a qué zona o región, cuántos kilómetros y cuanto tiempo, con qué intensidad, cuanta carga se lleva. Sin eso no hay viaje. No es lo mismo querer hacer los Siete Lagos que la ruta 40. Una vez decidido esto, hay que ver las condiciones generales, lo que incluye el tipo de clima, los caminos, las condiciones geográficas (montaña, llano, selva, desierto) y lo que podríamos llamar la intensidad del viaje

¿A qué nos referimos con esto último? Retomando el ejemplo del camino de los Siete Lagos, se puede decidir hacerlo a intensidad máxima (puede ser una etapa o dos a pura velocidad, pedaleando a tope) o tomarse quince días parando en todas y descansando tres días en cada lugar turístico. Es decir, se trata de una relación entre el tiempo que vamos a emplear y la distancia recorrida. Si hacemos un promedio de 30 km. por día, está claro que elegimos hacer un viaje muy descansado, aunque hay regiones donde hacer 30 km. puede resultar un esfuerzo enorme. Si planificamos etapas de 150 diarios, estamos haciendo una suerte de Tour de France viajero (y teniendo en cuenta que en la competición nadie lleva 20 o 30 kg. de peso sobre la bici, lo que multiplica el esfuerzo). Para poder decidir sobre esta cuestión hay un primer factor: lo que cada uno quiere hacer. Si el viajero quiere ir lentamente, conociendo todo lo posible, visitando los lugares en profundidad, descansando bastante, y tiene tiempo y dinero suficiente, va a armar necesariamente un viaje más relajado. Esto es recomendable para quienes empiezan, especialmente si además de ser su primer viaje en bici no tienen experiencia ciclista, no acostumbran salir a la ruta, no suelen andar con carga, etc. 

Un viajero experimentado puede hacer con facilidad entre 80 y 120 km. diarios, a veces más, y sostener ese ritmo durante largo tiempo. Pero la duración de las etapas está sujeta a muchos más condicionantes que la capacidad física o las ganas del viajero. No es lo mismo hacer 100 km. en llano, en condiciones climatológicas buenas, sin lluvia, poco viento, buen camino, que hacerlos en montaña, caminos estropeados, arenosos, viento en contra, lluvia o calor de 40º. Todo esto retrasa y hace difícil cumplir estas metas. Por lo tanto, el armado de las etapas no se puede hacer solo con un mapa rutero y una visión optimista de la cantidad de kilómetros que somos capaces de hacer por día. Hay que tratar de saber todo lo posible sobre la ruta: cómo es el camino, cómo es el tráfico, cuál es el clima de esa zona en la época en que vamos a ir (para poner casos extremos, no es lo mismo cruzar la cordillera en invierno que en verano, o una zona tropical en temporada de lluvia o de seca) y, por supuesto, el relieve.

El armado del recorrido
Por lo tanto, saber leer los mapas es fundamental. Actualmente, la tecnología nos pone a nuestra disposición herramientas que facilitan esta tarea: en Internet se puede buscar información y mapas satelitales, con relieve y todo tipo de detalles sobre cualquier lado del mundo. Es muy bueno poder hacer una altimetría de la ruta que vamos a hacer (como se cae de maduro, hay que hacerla para las rutas que sabemos son montañosas, no vale la pena hacer un relevamiento altimétrico de la pampa húmeda). 

Pero la mejor herramienta que nos da la red es poder conocer las experiencias de otros viajeros que recorrieron las mismas rutas que queremos pedalear. Por lo general, la información que aparece allí es de lo más útil, pues los mapas de rutas están pensados para automovilistas, nunca dicen donde hay agua, donde se puede acampar, ni nada sobre otras de nuestras necesidades, como tampoco lo hacen las guías de viaje. En Laos y Camboya seguimos los pasos de un alemán que había pasado por ahí un año antes: los datos que conseguimos de una región apartada y que no recorre ningún turista fueron certeros e impagables. 

Conocer el clima nos permite saber qué ropa llevar, saber la calidad de los caminos las cubiertas que tenemos que usar, anticipar el relieve prepararnos mentalmente para sufrir una subida de 20 km. y así encontrarnos con que no fue tan difícil, y tener una idea cierta de las distancias entre pueblos y ciudades, estaciones de servicio y hasta casas aisladas, nos indica cómo armar las etapas, si tenemos que pensar en acampar o no, si hay que cargar 10 litros de agua o la podemos ir renovando por el camino.

Un párrafo aparte sobre el uso del GPS. En general, el uso de este sistema nos da una serie de detalles muy interesantes para almacenar pero, en general, un buen mapa da la misma información, sin consumir energía ni sumar un gasto más o un elemento valioso más a la vista. Por el momento, para mantener un GPS encendido una jornada de ciclismo, en la cual es probable que no lo necesitemos nunca, usaremos toda la carga de una batería que no siempre vamos a estar en condiciones de recargar. Salvo que estemos en lugares realmente muy apartados, saliendo de las rutas habituales, es suficiente con un buen mapa y, a lo sumo, una brújula.

Son infinitos los detalles que se pueden conocer previamente y muchos de ellos nos van a ayudar a hacer más seguro y placentero el viaje. Nada, sin embargo, nos va a evitar pedalear. Y nada de esto debe ser tomado al pie de la letra, la mejor planificación es tener la libertad de poder modificarla y hasta desecharla si es necesario. 

Pero si algo es seguro es que el que dice que viajó “sin rumbo” es un cuentero o un inconciente. Y “si te agarró la noche” es porque no pudiste cumplir con tu objetivo diario, porque planificaste mal, porque pinchaste diez veces o porque no tenías idea de dónde estabas parado.

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